LIBERALISMO
El
liberalismo aspira a la eliminación de las características propias
del Antiguo Régimen, a la vez que pretende
construir
otra sociedad basada en los principios liberales. En lo político la
Constitución se erige como la norma reguladora de la vida pública.
Se rechaza la monarquía absoluta y se apuesta por la monarquía
constitucional. Se eliminan los privilegios de la nobleza y el clero,
así como el régimen señorial. Se proclaman los derechos del
individuo y la soberanía nacional, se establece la división de
poderes y el sufragio universal (masculino). Se formula la nación
como conjunto de los españoles, con igualdad de derechos políticos
y como depositaria de la soberanía nacional. El liberalismo aboga
por un estado unitario y centralizado. En lo económico defiende la
propiedad privada libre y plena, se rechazan los bienes vinculados y
los comunales, se aspira a la libertad de comercio e industria, a la
libertad de contratación de los trabajadores y a la fiscalidad
común. No se rechaza la religión, pero se tiende a limitar el poder
económico de la Iglesia y aflora el anticlericalismo.
En
las Cortes de Cádiz, entre las personas que buscan el cambio, se
aprecia una distinción entre los liberales y los ilustrados
reformistas. Posteriormente, los liberales del Trienio se dividirán
entre moderados y radicales. La oposición al liberalismo vendrá de
la mano de Fernando VII y los absolutistas, así como del carlismo.
Fernando VII deja sin efecto la obra legislativa de las Cortes de
Cádiz y persigue a liberales y afrancesados. La oposición al
absolutismo se plasmó en los pronunciamientos, prosperando el de
Riego (Trienio Liberal).
El
carlismo, por su parte, se caracteriza por su antiliberalismo, niega
la soberanía nacional y defiende el sistema foral frente a la
centralización liberal. Los carlistas encontraron apoyo en el medio
rural, donde las masas campesinas fueron el principal apoyo social.
También encontró apoyo en los artesanos, la pequeña nobleza, parte
de la jerarquía eclesiástica y del bajo clero. Desde el punto de
vista geográfico, el carlismo se extendió por Vascongadas, Navarra,
Cataluña, Aragón, Valencia, Galicia y Castilla la Vieja.
El
conflicto dinástico sobre la sucesión al trono que se inició con
la muerte de Fernando VII dio lugar a una dilatada guerra civil
(1833-1840) entre carlistas (absolutistas) e isabelinos (liberales).
El triunfo de los liberales hará posible la transformación de la
antigua monarquía absoluta en una monarquía constitucional y
parlamentaria.
Mientras
que la división política durante el reinado de Isabel II va a
continuar entre moderados, progresistas y liberales radicales. Pero
una serie de problemas van a dificultar la consolidación de un
sistema político parlamentario verdaderamente representativo,
mientras que el cambio de partido gobernante no será el resultado de
unas elecciones sino de un pronunciamiento militar o de revuelta
popular. Además, el sufragio censitario y la manipulación de las
elecciones dejaban el sistema político en manos de una minoría de
propietarios y de las distintas camarillas políticas.